El verano trae consigo calor, exceso de sol, chapuzones y horas en remojo. Bañarnos en la piscina ha sido desde siempre una de las mejores maneras para combatir el bochorno estival, ya que nos activa y hace que nuestro cuerpo se sienta mejor. Aun así, en lo referente a nuestra salud bucodental, debemos contemplar los posibles riesgos que conlleva una prolongada exposición al cloro.
Hoy en día son muchas las piscinas que presentan un exceso de cloro en sus tratamientos de mantenimiento y desinfección. Este elemento químico, unido a otros presentes en el agua de las piscinas, poseen efectos potencialmente corrosivos para nuestros dientes.
El mantenimiento del agua es una tarea laboriosa que implica regular la temperatura y equilibrar los niveles de cloro y pH. En los casos en los que estos niveles no están correctamente equilibrados, los dientes de los bañistas pueden encontrarse expuestos a niveles de acidez excesiva que favorecen la aparición de diversos problemas:
- La decoloración de los dientes. Se ha comprobado que la constante exposición al cloro incentiva la coloración marrón de los dientes delanteros de los nadadores.
- Depósitos duros o sarro marrón. Las personas que nadan a menudo exponen sus dientes a grandes cantidades de agua tratada químicamente que suele contar con un pH superior al de la saliva. Este hecho provoca que las proteínas salivales se descompongan a mayor velocidad formando depósitos orgánicos.
- Esmalte dental debilitado por culpa de la composición del agua de la piscina, sobre todo si los niveles de pH son inferiores a 6.
- La erosión dental. Por ello se recomienda a los nadadores fluorar sus dientes regularmente.
A pesar de que estos problemas no suelen aparecer en las personas que nadan de forma casual, es recomendable que aquellos que disponen de piscina en casa la mantengan adecuadamente. Tomar medidas nos permitirá evitar una erosión dental que puede llegar a ser severa y rápida.